9 May
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La primera representación que encontramos de esta imagen es del siglo VIII y se refiere a Santa Ana en un fresco de Nubia de Faras (sede de los reyes de Nobalia, Nubia, actual Sudán), fue descubierto en la catedral de Petros, Pakhoras y ahora se encuentra en el Museo Nacional de Varsovia.
Como todo icono ofrece un acceso al misterio de lo invisible. A través de la contemplación, el corazón habla al corazón, es decir, Dios se une al corazón que ora, suprimiendo el distanciamiento entre éste y la pintura.
Vemos el rostro de María, fuera de un realismo extremo, mostrando una realidad espiritual de la humanidad trasfigurada. Su serenidad trasmite la dignidad de Madre de Dios.
El azul es el color de lo celeste, María Reina del Cielo.
Los ojos, agrandados no solo para ver, interceden por el espectador. Hacia dentro miran el amor de Dios y hacia fuera el corazón del mundo, es la insondable unión entre el Creador y la criatura.
La boca, extremadamente fina y corta aparece cerrada y con el dedo ante ella como expresión de la verdadera oración que se hace en silencio, pero al mismo tiempo está enseñando a orar a su hijo como lo hizo su madre con ella. Esto es posible porque el icono no está sujeto a las normas terrenas de tiempo, lugar, espacio…
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