14 Sep
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Nos inspiramos en grandes obras para pintar nuestros iconos. En este caso el fresco de Giotto del Lavatorio, que encontramos en la capilla de San Scrovegni de Padua.
Hemos elegido esta escena de las treinta y ocho que recorren las paredes del templo. Nos llamaba la atención la composición. A pesar de ser una escena cotidiana, los apóstoles rodean a Cristo. Y especialmente nos atraen los colores, que son tratados con luminosidad y armonía.
Esta obra del gótico italiano comienza a penetrar en el realismo, en la búsqueda de volúmenes, en la búsqueda de una escena cotidiana, cercana, que ha sido encerrada en un espacio arquitectónico que a su vez queda abierto para el espectador.
Cristo está a punto de lavarle los pies a Pedro.
Al llegar a Simón Pedro, le dijo éste: “Señor, ¿Tú lavarme a mí los pies?” Jesús le respondió: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.” Replicó Pedro: “No me lavarás lo pies jamás.” Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo.” Le dijo entonces Simón Pedro: “Señor, no sólo los pies, también las manos y la cabeza.” Jesús le contestó: “El que se ha bañado no necesita lavarse.”
Jn. 13,6-10
Historiadores confirman en el gesto de la mano de Jesús un esbozo de bendición, que se queda tan sólo en el gesto para querer hacer la escena un poco más cercana al espectador. Algo más realista, relatando el suceso, dónde los apóstoles preparan las tinajas y se descalzan sin connotaciones religiosas bien definidas.
Las aureolas negras llaman la atención y sólo las encontramos en las escenas de la pasión, cómo la Última Cena.
De esta escena no hemos querido realizar una copia en un cuadro, si no un icono.
Los personajes están en la misma composición y rodean a Cristo, hemos acogido la luminosidad y los colores vivos. Dejamos a un lado el realismo de las vestiduras para realizar pliegues marcados propios de los iconos.
Parece que mientras Giotto se acercaba a la arquitectura realista enmarcando la imagen nosotros nos alejamos de ella, colocando la escena en el exterior, rodeada de oro trasciende las dimensiones del espacio y del tiempo que se muestra eterno, como el amor de Dios hacia los hombres.
Debido al hecho de que esta noche todos los discípulos abandonarán a su Maestro, en el caso del icono, ninguno de los apóstoles está coronado con la aureola dorada, aunque se les intuye en esta imagen como signo de que mantienen una esperanza mesiánica, aún demasiado terrena porque sus corazones y sus ojos están cerrados, pero a la espera de recibir Espíritu y la santidad.
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